Sempre hi ha un lloc on amagar-te, un petit racó on pots ser tu mateix sense que et vigilin ulls inquisidors. Aquest és el meu petit amagatall privat

domingo, 29 de agosto de 2010

(Sin título)

Se refugió de la lluvia debajo del toldo granate del "Duke of York" cerca de la estación de Victoria. La falda vaquera mojada se le ceñía al cuerpo entorpeciendo sus movimientos, el pelo empapado, el pañuelo en la cabeza a modo de inútil capucha y el bolso había cogido un tono marrón intenso por obra y gracia de las gotas incesantes convertidas en cortinas de agua.  No le molestaba, le gustaba la lluvía lo que más le preocupaba en ese momento es que pasaban de las doce de la noche y que tenía que llegar al apartamente de una forma u otra.  En estos dias en fracciones de segundo pasaba de la absoluta seguridad al miedo paranoico. No era porqué si, tenia un nombre y se llamaba Tomás. Cada hombre con sombrero y gafas gigantes podía ser él y tarde temprano en esta ciudad o en la suya se acabarían encontrando y lo sabían los dos. Ella había estado pensando mucho en eso y en las infinitas veces que se habían encontrado por casualidad antes, en los bares menos inesperados, en el medio de la rambla, en el metro, en el cine; sin tener nada que ver .. se encontraban porqué había algo en ellos que los atraía de forma ancestral y, sí, debería revisar algo de sus libros de biología antes de hacer tales afirmaciones pero las leyes de la atracción jamás han sido puramente definidas y lo único cierto, para ella, era que la ingenuidad atrae a la perversión porqué necesita corromperla a la vez que la inseguridad innata desa sólo experimentar hasta encontrar la jodida fórmula mágica que lleve a la balanza equilibrarse. Nunca se equilibra, sólo trae problemas  y esa era, en sintesis, su historia: la de una huída hacía delante pero consciente de que en algun momento la encontrarían y tendría que saldar las deudas pendientes con quien le había convertido en eso que era hora. Una autómata perdida.

Buscó la parada del autobús 25, al otro lado de la calle, y mientras cruzaba vió a dos hombres, los dos de unos cincuenta. Uno vestido con vaqueros y una parka roja, coleta griséacea pero una notabla calvície en la parte delantera pero con un cuerpo esbelto. El otro era más bien gordo, vestido totalmente de negro  y casi rapado. Éste tenía la mano en la entrepierna del de la parka, que apoyaba la espalda en la pared de al lado del supermercado 24 horas.

"¿Perversión eh?" - se dijo para si misma ni remotamente sorprendida del espectáculo que ofrecían en medio de una de las zonas más transitadas mientras la gente entraba a comparar leche y cigarrillos. En un tiempo no muy lejano le habría incomadado lo suficiente para cambiar de acera, ahora le daba tan igual com la lluvía. Algo más que debía agradecerle al tarado que casi se la carga.

El móvil la devolvió a la realidad, miró la pantalla para leer el nombre de Marzia, su compañera de cuarto. Descolgó. Marzia no estaba lejos, en el "New Globe" y por un momento se relajó podía llegar ahí andando. No estaba sola, no más fantasmas. Cruzó la puerta del "New Globe" y encontró sin problemas la mesa donde estaba Marzia, Raquel, Chaudry  y dos hombres más a los que no conocía. El mundo se puso en pausa.
Era como él, uno de ellos tenía un parecido más que notable. Las paredes empezaron acercarse hacía ella con movimientos de gigante apresurado, las banderolas del techo se descolgaron y se enzarzaron en su cuello como culebras, el ruido de la gente se convirtió en un zumbido, las pintas de cerveza volaban en dirección  a su cura... y el mundo se apagó después del estruendo.

"María... María, María " - escuchaba su nombre a lo lejos, dudó, ¿estaba soñando?
"María , por favor, ¿estás bien?" - la voz de Marzia a su lado. Era real. Abrió los ojos y sólo podia ver brazos, piernas, cuerpos, rostros que la miraban desde arriba.
"Te has desmayado" - la informó la voz preocupada de Chaudry - "¿estás bien?  te llevamos al hospital?"
"No, no,no.. estoy bien. Sólo que estoy mareada" - habló rápido anticipándose a la desastrosa idea que suponía ir a un hospital - "sólo quiero ir a casa, no he comido casi nada hoy". "Estoy bien" - empeñándose en sonar lo suficientemente creíble para salir de ahí y no tropezarse con la mirada de ese hombre de gafas enormes y camisa a cuadros que parecía haber sido creado, esculpido y pintado sólo para tenerla sobreaviso de que no tendría un segundo de paz en lo que le quedaba de vida.

Mariza la ayudó, recogieron su bolso y salieron por la puerta pero en su espalda notaba un par de ojos y un par de lentes divergentes clavados a su nuca.

Quizás continurá

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