Sempre hi ha un lloc on amagar-te, un petit racó on pots ser tu mateix sense que et vigilin ulls inquisidors. Aquest és el meu petit amagatall privat

sábado, 6 de noviembre de 2010

Los sueños de Amber



Le caía el pelo desordenado en la cara imposibilitando, a cualquiera que la estuviera mirando, el estudio de su rostro. Sus manos largas, sus dedos de pianista con sus uñas pintadas de rojo pimentón se movían de izquierda a derecha, velozmente, alguna vez tachaba aquí o allá pero sin dejar el papel un sólo segundo. Escribía una carta.
Para los más curiosos no era una carta formal a alguna institución, no era una carta de desamor, ni una carta a algún amigo que vivía lejos. Escribía a su ángel.

Amber Damaro, ese era su nombre, nunca había creído en la existencia de los ángeles por puro sentido práctico. Hija de padres desconocidos, criada por su tía sorda que le enseño el oficio de modista, con un hermano mayor que vivía en otro país, diabética, con una constitución débil que le obligaba a estar en cama más de lo que desearía y con una cojera no muy importante pero sí perceptible que había sido motivo de burla desde bien jovencita. ¿Motivos para creer en los ángeles? Ciertamente no los tenía. Un día de primavera decidió emprender las primeras vacaciones de su vida y salió del país por primera vez con la excusa de visitar a su hermano. Él no tenía mucho tiempo para ella, era un banquero ajetreado ajeno a que el tiempo se le escurría entre los dedos y que no habría dinero suficiente para comprarlo de nuevo.

Una tarde en la que se hartó de ver la televisión y escuchar el taladro incesante del vecino griego de su hermano decidió descubrir que había más allá de los bloques de hormigón elevados al cielo a los que la gente denominaba hogar. Exactamente ciento ocho minutos más tarde estaba en un parque en el noreste de la ciudad contemplando el reflejo de su vestido rojo a lunares blancos en un estanque lleno de cisnes. Siempre había sentido simpatía por esas aves quizás porqué siempre esperaba su propia transformación que, asumía, no llegaría.

No le escucho llegar.

“¿Son preciosos verdad?” dijo una voz cercana.

Al girar la cabeza descubrió delante suyo a un joven indio, menor que ella, no muy alto, pelo corto azabache que le crecía rebelde, con una sonrisa ladeada y unos ojos carbón que al
mirarlos directamente irradiaban calma cósmica.

“No eres de aquí ¿verdad?” prosiguió él.

“No, si lo fuera me pasaría todas la tardes contemplándoles seguro que me haría sentir mejor” contestó tímidamente.

“Lo haría, tienen el poder de alejarte de cualquier pensamiento negativo”

“Temo que si me alejaran de cualquier pensamiento malo me quedaría sin pensamientos” dijo hablando para ella en voz alta.

“No te creo” le dijo él con tono pausado “no me creo que no tengas sueños o ilusiones por cumplir.
Va prueba” le animó haciendo un gesto con la mano para que prosiguiera.

“Solía soñar en ser bailarina profesional, que viajaría por el mundo bailando, que tendría una familia enorme con la que ir de camping mientras cantaríamos canciones de “Sonrisas y Lagrimas”. Y siempre tenía la sensación de ser útil, imprescindible para el mundo como que si desapareciese mañana algo de mi habría quedado en él. Ya sé que no he podido bailar, solo tengo un hermano que vive a cuatro horas de avión y ni siquiera sé cantar”

“No vas desaparecer mañana si lo hicieras yo habría fracasado” le dijo sonriendo y ella percibió reminiscencias infantiles en su sonrisa.

“¿Y eso? Eres una especia de salvador” le dijo bromeando.

“ Digamos que sí, de hecho soy un ángel” le dijo en el oído “tu ángel para ser exactos”

Amber lo miró atónita tratando de procesar que acababa de escuchar. Una parte de ella temía estar delante de un ser con delirios de grandeza mientras que la otra parte deseaba que el poseedor de los ojos carbón realmente fuera su ángel.

“Sé como suena pero sé que una parte de ti aún cree que puede ser cierto y por eso estoy aquí. No a todo el mundo se le designa un ángel sólo a las personas que tiene potencial suficiente para cuidar de otras personas en un futuro próximo, a los que realmente serán grandes cuidadores y futuros ángeles porqué poseen la bondad suficiente para ir ayudando a otros humanos y que el mundo siga avanzando”

Ella seguía sin hablar, perpleja pero con expresión ilegible así que él insistió:

“¿Cómo creías que la humanidad sobrevivía?”

Amber respondió un rápido “Por inercia” que arrancó las carcajadas del chico.

“Eso creen casi todos pero estoy seguro que tienes tus dudas de que las cosas funcionen por inercia. ¿Funcionan los coches, las empresas o los cuerpos de las personas por inercia? Tú sabes la respuesta. Quiero que entiendas que lo que hacemos nosotros es casi invisible para ellos, somos las balanza que intenta equilibrar todo lo malo que pasa cada día y somos útiles, muy útiles así que depende de ti si quieres aceptar. No es una obligación es una cuestión de elección”

Mientras acababa de hablar sacó un papel y anotó algo: una dirección y un nombre

“Si decides saber más sólo escríbeme” y se fue
Amber guardó el nombre y la dirección en su cartera, volvió a su casa dejando atrás a su hermano y una tarde decidió aceptar la propuesta, por insensata y loca que pareciese. Escribió una carta, le llegó una respuesta y así sucesivamente, entre estas idas y venidas empezó a enteder como operaban los ángeles: como ingenieros de las relaciones humanes, equilibristas de los miedos y sensaciones y decidió sumarse a ellos dejando atrás los viejos sueños.

 Un trozito de inspiración de esta historia nace del estribillo de esta canción 
http://www.youtube.com/watch?v=UJ7FRGT69DY

No hay comentarios:

Publicar un comentario