
Sempre hi ha un lloc on amagar-te, un petit racó on pots ser tu mateix sense que et vigilin ulls inquisidors. Aquest és el meu petit amagatall privat
viernes, 23 de julio de 2010
La burbuja
Las lagrimas corrían los cien metros lisos por la superficie de su pálida cara, no se detenían, nada podía pararlas aunque ellas no supieran cuál era su meta. Lloraba con tanto ahínco que en el suelo empezó a formarse un charco grisáceo, translucido y de extraña composición. Ni siquiera ella era capaz de verlo, se había abandonado a cualquier resistencia y ya ni tan sólo intentaba detener las fuertes convulsiones que azotaban su cuerpo.
Si me preguntáis porqué lloraba no podría daros una respuesta, a simple vista diría que esas lágrimas empañaban cualquier expresión en el rostro de la muchacha pero yo que la veía, desde mi escondite, juraría percibir la liberación de reconocerse el daño permanente que jamás lograría vencer. Quizás este equivocado pero la sensación aún me recorre la espina dorsal.
Lo más sorprendente es lo que vi a continuación.
La muchacha parecía tranquilizarse pero el charco bajo sus pies empezó a extenderse y a rodearla en un círculo casi perfecto, como si un compás imaginario lo hubiera trazado. Una vez el círculo grisáceo la rodeó por completo empezó a subir formando una burbuja alrededor de su cuerpo, encarcelándola por completo. La muchacha no se movía, su expresión no me decía nada y yo, asustado, tuve que abofetearme un par de veces para comprender que lo que estaban viendo mis ojos era real. Definitivamente lo era y desde entonces ese concepto ha cambiado diametralmente en mi y vivo en una profunda irrealidad
La burbuja empezó a elevarse a uno tres palmos del suelo, oscilando, y ella seguía impasible. Su vestido blanco se ondeaba por abajo y los cabellos negros volaban como si dentro de la burbuja alguien hubiera encendido un ventilador.
Entonces me vio.
Sus ojos caramelo descubrieron los míos y los ojos se le volvieron a inundar de lágrimas pero esta vez mucho más serenas como si supiera que era la última vez que nos veíamos, me sonrió con agradecimiento. O eso quiero interpretar cada vez que lo recuerdo.
Y la burbuja se elevó, más y más, se fue volando dirección al oeste. Corrí detrás de ella, no sé cuanto, quizás dos kilómetros, quizás cinco hasta que despareció por completo. Sin una estela a su paso, sin nada y ahora sólo puedo recordarlo como a mi me de la gana.
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